martes, 8 de noviembre de 2011

El teatro de las Memorias


Comienza: la primera pisada siempre es la más difícil, aunque no me corresponda. Me recorre el escalofrío típico de pensar en aparecer en escena, decir las líneas ensayadas media hora antes de que comience la obra y que vengo calentando en mi cabeza mientras Josefina, la que siempre se enferma de algo, le pone un acento extraño a su diálogo. Yo escribí este drama: no debería tener miedo.
Ella despierta en un sitio desconocido. Alguien se acerca a su oído y le dice que le siga. Le ayuda a levantarse, ella obedece sin chistar.
Piso los escombros,  mientras mi mirada acaricia un dibujo  infantil arrugado que se asoma debajo de pedazos de techo y una que otra osada botella dejada descuidadamente por los destructores. No reconozco el trazo de nadie en particular ni me es especialmente llamativo lo que representan. Escucho el silencio.
El camino parece largo e interminable, ella no sabe a dónde se dirige. Quien la acompaña parece confuso también con respecto a sus destinos.
Claudia no actúa muy bien. Siempre fue demasiado tímida como para hablar claro, mucho menos es capaz de proyectar la voz como corresponde, pero hace un esfuerzo por recordar todo lo que dice su personaje. Mis compañeras sonríen porque saben que no es fácil para ella, yo no sonrío porque los nervios me carcomen por dentro. No puedo pensar en Claudia.
La profesora la mira atentamente. La trama es entretenida, lo sé, pero sus ojos son estoicos, planos, lisos, inmutables. Me siento como un árbol; observado, pero invisible, y sin capacidad para irme. Sin posibilidad de esconderme de la pregunta implícita. Mi vida no va en ello… mi fe sí.
No quiero llorar. Me muevo lentamente  y con cuidado sobre la madera que cruje porque siento que se podría romper en cualquier momento. Nos recuerdo tras bastidores, Pilar casi se cae por ponerse el vestido de princesa. La cortina está sucia, desteñida, vieja. El tiempo me parece efímero; mi vida se resume a breves instantes. No lloro.
Camino, desvarío en mi cabeza. Circunstancialmente me encuentro aquí, mi mente pareciera estar en otro lado.
Hay una casa oscura al fondo del sendero. No saben quién vive allí, pero no importa.
La puerta se abre, una persona encorvada atiende y en seguida, llaman al amo de la casa.
Entro: Sofía espera que yo diga “Aquí estoy”. Me doy cuenta de que sólo me dediqué a escribir, pero no reparé en quién sería yo finalmente a la hora de actuar. Tengo el protagonismo de la escenografía. Lo digo y espero una respuesta automática para continuar un diálogo superfluo que, al repetirse en mi cabeza, suena a gasto de papel. La luz de las lámparas es tenue, la cambian de azul a rojo como les indiqué. Mi aparición marca el momento clímax de la obra; dejo de ser un nadie complementario y vivo.
Todo cobra sentido: el sitio, despertar, caminar, encontrar. El amo de casa abre las ventanas d y explica lo finito de los comienzos.
Mi mirada se centra en la puerta posterior. Hecha pedazos desde  que la construyeron, pero con ese ligero toque a olvido que recubre todo ahora. Es el Teatro de las Memorias.
Ella vuelve a su casa. Abraza la almohada, estaba despierta. Muy largo el camino, muy insignificante la enseñanza: todo acaba.
Escucho el aplauso ligero del resto del curso. Veo que la profesora sonríe en su asiento y un suspiro recorre mi cuerpo, pero no llega a mi boca. No es alivio, es júbilo. Las luces azules-rojas son blancas ahora. Me toman la mano, apretó con fuerza: reverencia final.
De repente, ya no hay Josefina. Sólo yo, mi abstracción, el techo caído y la promesa de demolición en un par de semanas. Yo y la impotencia de pisar mi propio campo santo.  Yo y cuanto triste recuerdo ronde las maderas del teatro donde Pilar se afanaba  por vestirse y Claudia por hablar y Sofía por recordar la línea.
Acaba: la última pisada siempre es la más triste, aunque no me correspondió a mí determinar el final. Piso los escombros, pedazos de techo y una que otra botella, dejada descuidadamente por los destructores. La escalera yace lejos del escenario y me pregunto por la conciencia de aquel que determinó que esto fuese así. Yo no escribí  este drama y no sé si debería tener miedo. Escucho el silencio.



No hay comentarios: