jueves, 23 de abril de 2009

Cielo de un sólo color

Le dijeron que una vez existió y él se lo creyó porque le gusta creer. En realidad, no es que le guste creer, sino que no encuentra ningún lugar más cómodo para dormir de noche que sobre su propia ironía existencial.
La gente dice muchas cosas, muchas cosas no son verdad, aunque haya muchas verdades por ser descubiertas y dichas y gritadas y cantadas. No hay que creer todo lo que se escucha. Y él no creía todo lo que oía por ahí, muchas cosas sí, pero no todo. Esta es una de esas cosas en las que valía la pena creer, por eso escribe:

Sombras oscuras corriendo en las pocas luces restantes de la oscuridad de la noche. Sombras oscuras moviéndose, abarcando espacios que no les pertenecían, molestando, brincando, gritando y él en medio. Él, el hombre del cabello largo y las alas de ángel. Él, la criatura de los mil años, de la mirada profunda, de la sonrisa cálida, de las ganas de volar. Él, la figura más imponente entre las figuras que se mueven en donde no hay nada.
Le contaron que vagaba porque le gustaba vagar. Dedujo que le gustaba vagar porque le gustaba pensar. Por tanto, le gustaba pensar porque tenía muchas cosas en la cabeza. Él era un hombre con problemas, problemas con sus alas, problemas con la altura y la velocidad, problemas con las ganas de caer. Él era un hombre con reflexiones profundas, con una irritante costumbre de decir todo lo que pensaba y sí, todo el que lo veía sabía la verdad porque él era tan perfecto que sólo podía pensar la verdad. Sólo caminaba porque a nadie le gusta escuchar la verdad.

Éxtasis. Una sensación profunda de que algo no estaba funcionando bien y se da vuelta para mirar por la ventana. En la ventana no hay nada, ni luz, ni cortinas, ni su propio reflejo observándolo atentamente como buscando algo que no iba a encontrar en sus ojos.

Las alas de ángel las tenía por un motivo práctico que nadie conocía con certeza. La mirada profunda era por los años, los mismos años que le habían tintado el pelo de blanco, blanco que brillaba amarillo, amarillo que se veía azul, azul que recordaba al cielo, cielo de un solo color. El cielo debería intentar acercar a algo, pero es siempre un poco más lejano, más no mío. El cree que alguna vez llegará al cielo y conseguirá probar su propia existencia. En realidad, no es que le guste creer, sino que no encuentra ningún lugar más cómodo para dormir de noche que sobre su propia ironía existencial. “Cielo de un solo color” y recuerda esa canción que pide un sol, no entiende, recuerda, escribe. Le dijeron que una vez existió y él se lo creyó porque le gusta creer. Se toca las alas en la espalda, se pregunta si serán verdad.

La gente dice muchas cosas, muchas cosas no son verdad, aunque haya muchas verdades por ser descubiertas y dichas y gritadas y cantadas. No hay que creer todo lo que se escucha. Y él no creía todo lo que oía por ahí, muchas cosas sí, pero no todo. Esta es una de esas cosas en las que valía la pena creer, por eso escribe y se pregunta si en verdad alguna vez existió.

Su propia existencia hecha leyenda.

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