domingo, 26 de abril de 2009

Estimado Señor Caos

El Señor Caos me mira a los ojos y me dice que caminemos hasta el fin del mundo. Yo lo tomo de la mano y caminamos por valles interminables hasta la cascada maravillosa de mil colores que se vacía en un río de sueños inalcanzables tan lindos y utópicos como mis ojos perdidos en los de mi querido Señor Caos.
Más allá del río están los precipicios después de las planicies de algodón donde cantan los conejos de chocolate y ríe un cielo tricolor. Más allá de los precipicios están las ciudades donde nadie sabe quién es quién y luego el fin del mundo. El Señor Caos aprieta mi mano con fuerza y me dice que no tenga miedo porque él va estar conmigo siempre, que nada me podrá hacer daño y yo le creo porque algo en su mirada me asegura que sí estoy segura.
Cierro los ojos para preguntarme si estoy soñando, pero no estoy soñando porque lo siento cerca de mí y siento el viento rozando mi cara y la tierra alejándose de mis pies. Cierro los ojos con fuerza porque no me gustan las alturas. Abro los ojos para ver que él esté aún ahí.
Abajo canta el suelo una canción confusa y retorcida que hace doler la cabeza a tonos lentos. Abajo canta el agua una canción molesta y retorcida que hace doler el estómago y los ojos y las orejas y cada parte de mí se va llenando con el ritmo y cada parte de mí se va congelando de a poco hasta que mis manos se vuelven frío y el frío toca a quien sostiene mi mano. Al Señor Caos no le gusta el frío.
Mi existencia cae y yo caigo con ella. Extiendo mis manos hacia arriba como si alguien fuera a sujetarlas y mis piernas hacen un ángulo de noventa perfecto con la tierra como queriendo hacer un equilibrio que no alcanzo y me pregunto dónde quedaron las promesas, mientras los pájaros susurran mentiras en mi oído derecho y los ángeles, en el izquierdo. Es como Dios en un complot divino por arruinar mi existencia.
Más cerca me encuentro del suelo y no veo nada, sino rayos verdes y rosados cruzando mi cara para chupar lo poco que queda de mi alma antes de desintegrar mi cuerpo en las rocas a las que me precipito sin remedio. A medida que me acerco no parecen tan suaves, haciendo más estúpido que se llame “el valle de algodón”. Todo es estúpido en este punto. Hasta la necesidad de ver mi vida en un flashback. Hasta que me vengan imágenes a la cabeza que no sabía que recordaba. Hasta que sienta con más fuerzas cómo el Señor Caos me miró a los ojos y me dijo que caminemos hasta el fin del mundo. Yo lo tomé de la mano y caminamos y volamos. Las cosas se veían hermosas y perfectas, hasta los sueños inalcanzables tan lindos y utópicos como mis ojos perdidos en los de mi querido Señor Caos.
Más cerca me encuentro del suelo y no veo nada, no pienso nada, no creo nada. Más cerca me encuentro del suelo y me pregunto quién podrá confiar en realidad en la mirada del Señor Caos.

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