miércoles, 4 de febrero de 2009

Ahora mato todo lo que se me ponga por delante

Cuando menos debería hacerlo, Bebé abre la boca para decir adiós.
Y no mira antes de salir de la casa, no se amarra bien los zapatos ni se abotona la chaqueta, no se peina, no se lava los dientes, no se echa agua en la cara ni se sube el cierre del pantalón. Bebé es como un loco cualquiera vagando por las calles del sitio más inhóspito del planeta.
Afuera está parada su sombra, esperándolo con las maletas listas y un sombrero, de los antiguos, en la mano, pensando que esta es la única forma en que alguien puede conocer a Bebé porque Bebé no habla mucho; Bebé es más bien callado y retraído y cuando habla nunca habla de sí mismo, sino de cualquier otra cosa irrelevante que se le venga a la cabeza para omitir temas importantes, por ejemplo el hecho de que no lleva puestos calcetines y le está dando mucho frío o que no estaría mal que se tomara un vaso de vodka para calmar los ánimos y darse el valor de decir las cosas que tenía que decir.
El gran problema es que nunca sabe dónde parar y le da verguenza retroceder. Sigue adelante como si no importara llevarse al paso lo que lo hace ser hombre, aunque no es hombre es sólo Bebé queriendo crecer. Siente la noche en su cara, camina, vaga. Eso es lo que hace cuando sale, conversa solo y vaga y se mueve el pelo con las manos para ordenárselo un poco y no entiende por qué su vida siempre aparece escrita en algún relato barato de esos que están en las murallas del olvido o por qué a alguien le interesa qué está haciendo ahora, si es sólo... Bebé.
Se soba los ojos para despertarse un poco, se pellizca para saber que no está dormido, se mira en un charco aunque está muy oscuro como para ver claro y busca una explicación a que su sombra esté con él si no hay luces que la creen. Bebé no asume que su sombra no aparece y desaparece cada vez que pasa y sale de una luz amarillenta de una avenida del sitio más inhóspito del planeta, donde camina sólo como un loco cualquiera. Aún no se cierra el pantalón, no se abotona la chaqueta y tiene un aliento pesado y amargo.
Es que cuando menos debió hacerlo, Bebé abrió la boca para decir adiós y expiró.

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