miércoles, 18 de febrero de 2009

Monólogo Emocional

En realidad, tenía todo un discurso preparado que explicaba paso a paso lo que hicimos cuando nos vimos y detalladamente contaba lo que sentí al mirarte fijo y lo que me transmitiste al hablar. Las sensaciones, los pensamientos, las palabras que dijimos y las que no, las que tenía pensadas desde hace semanas, pero que no tuve el valor de decirte, los temas tratados, las expresiones, lo que comimos, lo que no, lo que debimos haber tomado, el lugar a donde fuimos y a dónde queremos ir en un futuro, cuando aún seamos esto mágico y extraño.
Tenía toda una lista inmesa de cosas que quería que todos supieran porque cuando se es feliz, se debe compartir con todo el mundo para que todos se mueran de la envidia de que yo te tengo y tú me tienes y somos los dos seres más plenos del universo cuando estamos juntos y creamos una armonía maravillosa que dejaría a la paz en palotes y a las religiones espectantes por saber si lo que sucede cuando me tocas se llama en verdad Dios. Dios porque es algo maravilloso y excelso, sobrehumano, sobreperfecto, fuera del tiempo y el espacio, incomparable, incontenible, indiscutiblemente bello. O al menos así me haces sentir.
Guardaba, de todas formas, un montón de ilusiones para la próxima vez que nos viéramos y que pensaba incluir en el discurso de todas maneras, con los futuros encuentros, los países que visitaríamos juntos, los idiomas que aprenderíamos y las mil noches que nos quedaríamos hablando abrazados en la ventana del apartamento que compraríamos, sí, quizás, en algunos años más, tal vez varios años más, en esa ciudad llena de luces a la que siempre he querido ir y a la que me llevarías por complacerme porque te gusta verme feliz, donde además harías todas esas cosas geniales, tus cosas favoritas, que no entiendo demasiado, pero no interesa tampoco que yo las entienda si así eres tú: Complejo, extraño, divertido, poco comunicativo y poco emocional. De todas maneras me gusta que seas así. Me complementas. Aunque hablas mucho y no dices nada.
Ya sabes que hablo mucho, no más que tú en todo caso, pero sí digo muchas cosas al azar y ya ves, sólo te estaba contando que tenía todo un discurso preparado donde relataría las mil cosas que pudieron o no pasar, que pasarían si nos diéramos un chance, que podrían también no pasar si las cosas no funcionan. Tenía todo un paquete extraño de palabras, hasta nombre les había puesto, pero, más allá de todo, al leerlo varias veces empezó a perder sentido y dejó de gustarme tanto. No es que ya no quiera nada, no es que haya tirado los viajes y las tonterías a la basura y las haya borrado para ponerles otro nombre, otro tú y... creo que se entiende. Es sólo que prefiero que te despidas largo de mí, me digas que me quieres volver a ver, no te canses, no te aburras y dejar que esto fluya para no tener que encontrarme de nuevo en un estúpido e inútil monólogo emocional que no, amigo, no lleva a ninguna parte.
En realidad, tenía todo un discurso preparado que explicaba paso a paso lo que hicimos cuando nos vimos y detalladamente contaba lo que sentí al mirarte fijo y lo que me transmitiste al hablar. Las sensaciones, los pensamientos, las palabras que dijimos y las que no, las que tenía pensadas desde hace semanas, pero que no tuve el valor de decirte, los temas tratados, las expresiones, lo que comimos, lo que no, lo que debimos haber tomado, el lugar a donde fuimos y a dónde queremos ir en un futuro, cuando aún seamos esto mágico y extraño... pero esas son cosas que se guardan para uno ¿o no?

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