sábado, 7 de febrero de 2009

Confuso, como todo.

Yo me quedo mirando la ventana, soñando que las cosas podrían ser diferentes, pero entiendo que no lo son. No soy tan niña. De todas maneras, mejores personas me han dicho que no. No es que me quiera excusar ni esconder y fingir que no me duele o no llorar para parecer más fuerte y hacer que reconsidere las opciones. No es así. La segunda vez no cuenta.
Llega a la puerta para jurarme que todo fue un sueño. Llega para prometerme que las cosas no terminan así, que tenemos una vida por delante y todo puede cambiar. Yo le creo. Yo le creo porque me gusta creer historias tontas y me gusta pensar que no estoy viviendo lo que vivo sino algo más mágico y sobrenatural que algún día quizás termine por envolverme y llevarme lejos a donde el viento no sopla tan fuerte ni el sol golpea en la cara al amanecer. Aún no sé dónde queda eso. Me voy, entonces, con una sonrisa en la cara y la idea en la cabeza de que todo saldrá bien, aunque sé que no todo saldrá bien porque lo que pienso siempre es el contrario a lo que será en realidad. Al darme cuenta, la idea se vuelve presentimiento, más que corazonada, de que en un mundo perfecto algo está fallando. Me voy, entonces, con las manos llenas de ilusiones y deseos bonitos, evitando pensar negativo, teniendo siempre como objetivo y fin último que ambos fuéramos felices. No me molesta irme, quedarme dolería más. Incluso el pensar en quedarme quema por dentro.
Camino, ya sin rumbo fijo, sino guiada por la sensación de no estar sola ni volver a estarlo nunca. Camino porque si no camino, me quemo en el intento y no podría volver atrás. Sé que tengo que volver atrás. Camino porque no tengo nada que perder.
Lo veo, adelante, siempre, lejos, pero mío, supongo. Mío y no ajeno, aunque no eterno, pero algo que me pertenecer al fin y al cabo. Corro... Primero despacio, después más rápido y el corre, corre para que yo no lo alcance y no me alcance y no alcance a ser la persona que necesito ser para poder ser para él lo que el quiere de mí, en un círculo vicioso asqueroso y enfermizo. Sólo quería hacer notar que era enfermizo. Lloro, porque cuando sufro lloro, porque soy humana, porque no sé qué mas hacer y despierto, entonces, con una lágrima en la mejilla y la idea en la cabeza de que todo saldrá bien. Al darme cuenta, duele el presentimiento de que en un mundo perfecto, algo está fallando. Despierto, entonces, con las manos vacías y el corazón hinchado, lleno de deseos bonitos. No me molesta despertar, seguir dormida dolería más. Incluso el pensar en seguir buscándolo quema por dentro...
Y él llega a la puerta para jurarme que todo fue un sueño. Llega para prometerme que las cosas no terminan así, que tenemos una vida por delante y todo puede cambiar, que no se va a ir nunca. Yo me quedo mirando la ventana, soñando que las cosas podrían ser diferentes, pero entiendo que no lo son. No soy tan niña. De todas maneras, mejores personas le han dicho que no. No es que me quiera excusar ni esconder y fingir que no me duele o no llorar para parecer más fuerte y hacer que reconsidere las opciones. No es así. La segunda vez no cuenta, menos la tercera.

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