martes, 3 de febrero de 2009

Muy Estimado Señor Noche I

El muy estimado señor noche camina por la calle principal de una ciudad lejana que nadie conoce en el lugar de donde viene. Mira para ambos lados antes de bajar de la vereda y lanzarse al océano de carros que van y vienen con luces altas: A derecha e izquierda, un par de olas lejanas.
En la nueva vereda un millón de lugares se abren paso entre comerciales bonitos de lo que podría tener si el muy estimado señor noche tuviera algo y se piensa sentado en algún restaurante caro con una servilleta en las piernas, con una copa de vino, con un pedazo de carne en el plato, una ensalada en el estómago y un montón de dinero en el bolsillo para pagarlo todo. Luego, saliendo del restaurante se encuentra su auto perfecto con asientos de cuero y recién bañado se sube al carro para ponerse sus lentes de sol y andar por las carreteras largas que lo sacarían de aquella ciudad extraña a la que no pertenece en realidad.
Sale de sus pensamientos cuando suena un claxon y no mira, el muy estimado señor noche, no mira a su izquierda y no le importa, al muy estimado señor noche, lo que pudiera estar pasando. Sigue caminando.
Encuentra un callejón con basura y silencios escondidos entre cajas, que no son cajas sino vacío, que no es vacío sino mentira, que no es mentira sino ironía, que no es ironía sino un ruido molesto en el oído de un hombre semidesnudo, semi cansado, semi aburrido que no es capaz de extrañar y mucho menos de pensar en algo más que no sean divagaciones entre estrellas. El muy estimado señor noche se rasca la barriga mientras mira el callejón, se rasca la barbilla, se rasca la cabeza y ahuyenta sus fantasmas, más oscuros que sus oscuros ojos negros. Se mira las uñas, se saca los guantes (rotos en la punta de los dedos), se toca la cara, se jala la barba, se pica los ojos, se relame los labios, se echa el cabello para atrás y se ve, se ve tan solo como el viento que le mueve la chaqueta y le ensucia los párpados de adioses, que resultan en despedidas embarazosas e inertes,
El muy estimado señor noche camina por el callejón más oscuro de la calle principal de una ciudad que nadie conoce en el lugar de donde viene, excepto él. Mira para ambos lados antes de sentarse en el piso húmedo que parece un océano de locuras y desencantos. A derecha e izquierda sólo olas muy cercanas, un par de olas muy cercanas. El muy estimado señor noche se duerme en su propia desilusión y se vuelve un otoño de estrellas en frío.
Primera muerte del muy estimado señor noche.

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