martes, 3 de febrero de 2009

Muy Estimado Señor Noche II

El muy estimado señor noche se levanta de la orilla del lago helado y vacío. Tiene los pies mojados, los ojos llorosos, la cara deformada por el olvido que le llena las facciones. Camina por la arena fina y blanca para llegar a la avenida, mientras el viento le mueve el pelo.
Levanta el brazo de derecho y saluda, saluda, saluda como si quisiera que alguien imaginario le respondiera, pero nadie le responde porque nadie lo mira porque él no es nadie. Y salta, el muy estimado señor noche, y grita y sonríe y llama a una persona parada en la sombra de un sauce de ramas cortadas, que no está parada y tampoco está ahí.
Levanta el brazo izquierdo y se rasca la cabeza. Se cierra la chaqueta y sigue caminando, como si no importara que nadie le devolviera el saludo, como si no interesara que estuviera solo, como si no fuera necesario el sentirse amado porque ha llegado al punto en que pocas cosas son necesarias.
Encuentra una piedra grande en la arena y olvida su idea de llegar al cemento, se sienta. Se mira los pies, se toca los dedos, se auto descubre una vez más como tantas veces se ha auto descubierto y se acaricia a sí mismo. El muy estimado señor noche llora mientras soba sus plantas descalzas llenas de granos de arena que se parecen a los misiles de olvido que ha lanzado contra su propia cabeza, misiles que caen como la sensación de que algún día tenía que llegar algún día y algún día tenía que recordar que estaba necesariamente solo y desesperado. Golpea la piedra con las manos, golpea la piedra con los pies, con los pensamientos, con la mirada, con el deseo de partirla en dos y con ella el mundo entero y el universo y su propia y demeritoria existencia. Se quita la chaqueta, tratando de quitarse la piel y la soledad de un solo tirón. Se para de la piedra y corre.
El muy estimado señor noche corre por la orilla del lago helado y vacío. Tiene los pies llenos de dolor, los ojos de debilidad, la cara deformada por el olvido que llena las facciones. Brinca por la arena fina y blanca para llegar a alguna parte, mientras el viento lo empuja para atrás, para atrás, para donde no quiere regresar, para donde no puede regresar y se lleva su chaqueta hasta la sombra de un sauce de ramas cortadas. Entra al lago y la chaqueta lo saluda como una sombra entre sombras de personas que no notan cómo cae el silencio entre aguas heladas.
Segunda muerte del muy estimado señor noche.

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