martes, 27 de enero de 2009

Mas Tonta que Inocente

Ella pensó que lo peor que podía pasar era que no llegara y después no le contestara el teléfono. Que se tuviera que quedar en el mismo sitio, con la misma ropa, con la misma cara de tonta con la que tiene la gran capacidad de esperarlo y esa necesidad de tener drama en su vida. Tal cual.
Y buscó algo de qué aferrarse antes de irse, una palabra, una mirada, una sensación que no la hiciera sentir tan irrelevante y ajena a lo que ocurría. No quería caer en cuenta de que se estaba consumiendo poco a poco por dentro y por eso las manos le sudaban y los ojos querían dejar caer las cascadas que estaba guardando hace tanto. Por eso mismo el nudo en la garganta, por eso mismo el golpe en el estómago, por eso mismo la necesidad de que le dijeran que hasta aquí todo. Sabía que debía alejarse del drama por un tiempo porque no le estaba haciendo bien.
Se agarró a la banca con fuerza. Lo recordó, lo miró de nueve maneras diferentes y lo redujo a lo menos que podía reducirlo, quitándole todas las características que quizás alguna vez le pudieron haber gustado de él: su fuerza de hombre, su capacidad de hablar, de amar, de perdonar, de seguir, de cumplir, su madurez, su sonrisa, su gracia y su mirada. Lo redujo a cero y en cero lo volvio un ocho de mentiras mezcladas con verdades y desagrados, desamores, desconsuelos y desulisión. Pero de todas maneras seguía sentada.
Y ella pensó que lo peor que podía pasar era que no llegara y después no le contestara el teléfono. Que se tuviera que quedar en el mismo sitio, con la misma ropa, con la misma cara de tonta con la que tiene la gran capacidad de esperarlo y esa necesidad de tener drama en su vida. Tal cual. Y luego cayó en cuenta, que aún peor era que le estaba perdonando, por otra parte, que nunca hubiera llegado, que no la hubiera pensado, que no fuera tan hombre como para responder y que a pesar que a él no le importara, ella siguiera sentada.

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